Inauguramos la nueva sección con un repaso a uno de los mejores juegos del catálogo de Megadrive, la opera prima del estudio de programación Treasure:
Corría el año 1992 y en Konami había un grupo de programadores con un extraordinario trabajo a sus espaldas pero con ganas de hacer cosas nuevas que decidieron poner fin a su trayectoria en dicho gigante del videojuego para formar su propio estudio, con ideas nuevas para juegos únicos con una importante componente arcade. El equipo capitaneado por Masato Maegawa intentó desde sus comienzos desligarse de las pautas que rigen estas grandes compañías “si algo triunfa exprímelo hasta la saciedad” creando por el contrario videojuegos únicos e irrepetibles.
A pesar de que el hardware de Super Nintendo les era bien conocido –Axelay, Super Castlevania IV, Super Probotector– , las menores restricciones legales por parte de Sega para publicar videojuegos en su máquina de 16 bits hicieron que estos genios se pasaran a programar juegos en exclusiva para la competencia, exprimiendo el hardware de Megadrive hasta el límite y solventando las carencias de este por software.
Y es que desde el comienzo de su andadura asistimos a la demostración de que los entresijos de la máquina de Sega no tenían secretos para ellos, y ya en su primer trabajo hicieron una labor excelente. Luego vendrían otras joyas como Dynamite Headdy, Light Crusader o Alien Soldier pero eso es otra historia que deberá ser contada en otra ocasión.
El juego publicado en 1993 por estos maestros nipones fue un golpe de efecto brutal en la trayectoria de Megadrive. Apabullados por las especificaciones técnicas de Super Nintendo, los programadores de Sega no encontraban la manera de hacer frente a semejante alarde con un hardware desfasado en dos años. La entrada de Treasure en este panorama hizo que muchos futuribles compradores de Super Nintendo se pasaran a la competencia al encontrar una máquina con videojuegos de gran valor técnico, un catálogo más amplio y un precio mucho más accesible. Gunstar Heroes es un videojuego con una influencia arcade que se percibe desde la primera toma de contacto y eso casaba muy bien con la filosofía de Sega de trasladar las sensaciones de las recreativas a los hogares de sus clientes.
El videojuego tiene una estructura muy parecida a la saga Contra, una aventura de avance y disparo con tintes plataformeros dividida en siete fases con sus correspondientes final bosses. Desde que pulsamos por primera vez el botón de disparo la acción se vuelve desenfrenada, casi una orgía de detonaciones, golpes, saltos, gritos digitalizados, que retumban en tu habitación, dan paso a todo tipo de efectos gráficos, scrolles de vértigo y rutinas de todo tipo –rotaciones, escalados…- que nos transportan a un mundo excesivo en color, en imágenes recargadas de elementos que se mueven por la pantalla con una fluidez exquisita. A pesar de la cantidad ingente de enemigos y efectos que se reúnen en cada escenario nunca se presentan ralentizaciones que reduzcan el clímax jugable que envuelve a la obra. Ni siquiera cuando nos enfrentamos a los enemigos de fin de fase –que en la última de ellas aparecen uno tras otro sin dejar un segundo para coger aliento-, los cuales presumen de un tamaño tan grande como su calidad de diseño, el juego se ve perjudicado por cualquier defecto.
La variedad de fases es absolutamente brillante, desde la típica plataformera a otras que alternan scroll vertical con horizontal, fases encima de un avión, otra que se desarrolla como un juego de tablero e incluso una al más puro estilo matamarcianos, género este que domina muy bien un estudio que años más tarde daría a luz joyas como Radiant Silvergun, Ikaruga o Gradius V.
La dificultad del juego está muy bien ponderada incluyendo la elección entre tres niveles accesibles para todo tipo de gamer. El control intuitivo, la perfecta sincronización con el pad y la posibilidad de jugar la aventura tanto en solitario como en cooperativo con otro amigo hacen que el apartado jugable se eleve hasta la categoría de obra maestra. Solo el apartado musical desluce un poco el conjunto, ya que, si bien los efectos de sonido son más que contundentes y apropiados, la banda sonora es algo repetitiva, carente de componente épico y deja pasar la oportunidad de aprovechar el espíritu divertido y pleno de humor que envuelve todo el juego.
Los usuarios de Megadrive pudieron disfrutar en sus casas a comienzos de los 90 de un videojuego de una calidad a la altura de máquinas más potentes y más dirigidas al territorio arcade como la Neo Geo, con un desarrollo de una intensidad brutal que nos regala una experiencia algo corta pero absolutamente satisfactoria. Para los que no gusten de tirar de emulador o no tengan acceso a una Megadrive de Sega, les aconsejo que se pasen por la zona de descarga de Xbox Live, Playstation Network o Consola Virtual de Wii para, por unos míseros 5 euros, disfrutar de un videojuego redondo, una demostración de poder de un estudio de programación tan pequeño en recursos económicos como grande en calidad y buenas ideas.
Web del autor: The Videogame Culture
De pocos juegos habré leido tanto sin jugar nada. Haber si un día pongo la MD (o la gba) y lo veo:)
Mmm… Pues sí, debo reconocer que tampoco he jugado nunca a esta joya, por esos años yo era de la Super, pero tras leer el artículo… ¡A rastrear se ha dicho! A ver si consigo el cartucho original y lo cato en condiciones.
De aquí bebió mucho el Metal Slug.
Yo me eché unos vicios terribles a la versión de gba.
Acción y diversión sin complicaciones, directo al grano. ¡Grande!
Por favor JUÉGUENLO YA, con pasión, con dedicación, es una joya atemporal, resulta tan brillante como hace 17 años, desde el minuto uno a los títulos de crédito, una horita de belleza lúdica.
Lo rejugué el domingo de cabo a rabo para tenerlo fresco ante la redacción del artículo y me volvió a enamorar. Bien por Treasure!