Rome: Total War ha sido aclamado como uno de los mejores videojuegos de estrategia jamás creados tanto por su fidelidad histórica y complejidad política como por sus espectaculares batallas en tiempo real. Sin embargo, este artículo no tratará sobre sus ya conocidas virtudes, sino de cómo consiguió algo que ningún otro juego había logrado hasta ese momento: hacerme dudar de la imagen que tenía sobre la figura histórica de Julio César.
Cuando comencé estudiar Historia de Roma en las escuelas primaria y secundaria, la imagen que tenía del posteriormente nombrado “dictador a perpetuidad” no era precisamente positiva. Había tomado la República por la fuerza de las armas y allanado el camino para que, con Augusto, Roma se convirtiera finalmente en un imperio. Todo ello resonaba con el pasado reciente de mi país, España, donde un golpe militar había terminado con la Segunda República y establecido una dictadura bajo la cual mi familia no pasó sus mejores días.
Como pueden ver, estaba proyectando el pasado reciente sobre un hecho que no se parecía a éste en absoluto. Aunque la República Romana en aquel momento no fuera más que una oligarquía buscando enriquecer a sus miembros, la mera palabra “república” y el hecho de que realizaran elecciones sonaba mucho mejor a mis oídos que títulos como el de “dictador”, que sugería un poder absoluto. Obviamente la situación de la República Romana era mucho más compleja de lo que yo pensaba en aquel momento, pero como estudiante de secundaria sólo podía juzgar con los datos que tenía en mis manos. La historia estaba llena de hombres (y excepcionalmente, mujeres) que habían luchado por hacerse con el poder sin otro fin que el poder mismo, traicionando, sacrificando e incluso asesinando a sus familiares y amigos más allegados, renunciando a sus principios y destruyendo instituciones políticas. Nada me hacía suponer que Julio César fuera a ser una excepción en esa larga lista de gobernantes.
Cuando comencé mis estudios universitarios en el área de Historia, habría sido el momento perfecto para ampliar mi perspectiva en este tema, pero nada más lejos de la realidad. Para mi sorpresa (y la de muchos otros estudiantes) la historia política había caído en desgracia, siendo acusada por muchos de glorificar la vida de los poderosos mientras se ignoraba la del pueblo, o por considerarse poco relevante en comparación con la historia económica y social. En consecuencia, aunque conseguí profundizar mi conocimiento sobre la República y el Imperio, nunca llegué a conocer los motivos de Julio César para entrar en Roma. Además, al no tratarse de mi especialidad geográfica ni cronológica, tampoco me preocupé siquiera por la pregunta. Su motivo debía haber sido el hambre de poder.
Años más tarde caería en mis manos el aclamado videojuego Rome: Total War, encumbrado por la nueva ola de entretenimiento basada en la Antigua Roma que comenzó con la película Gladiator y que continúa viva hasta el día de hoy con series como Spartacus: Blood and Sand. Anhelando desde hacía tiempo un buen juego de estrategia, decidí darle una oportunidad a este título, de la que puedo decir que jamás me arrepentí.
Comencé a jugar con la familia Juliae (estirpe de la que precisamente provenía Julio César) no por otro motivo que el de ser la facción más indicada para los principiantes. Frente a mí tenía varios asentamientos galos, mientras que las facciones de Scipii y Brutii se dedicaban a combatir en el Norte de África y Grecia respectivamente, con el senado presidiendo sobre todas ellas. Tras recordar la escasa simpatía que siempre había tenido hacia Julio César, decidí que intentaría hacer todo lo posible por llevarme bien con el senado y expandir el poder de la República sin convertirme en un dictador.
Mi idealismo pronto chocó con la dura realidad que presentaba el juego. Mis cuentas no se encontraban precisamente saneadas, y con las escasas poblaciones que tenía bajo mi poder poco podía hacer para cambiar dicha situación. Por otra parte, frente a mí tenía varios asentamientos galos poco fortificados que se mostraban bastante apetitosos y podrían ayudarme a llenar las arcas. Por tanto, aunque el senado no me había ordenado atacar a los galos, decidí que sería una estrategia útil a largo plazo para llevar a cabo otro tipo de empresas. Tras un período de provocación e intimidación política (incluyendo una protesta oficial de los galos ante el senado) ocupé el primer asentamiento, desencadenando una guerra total entre ambas facciones.
En este punto comencé a darme cuenta de que había dos indicadores de popularidad: uno para el pueblo y otro para el senado. Las iniciales victorias ante los galos elevaron mi popularidad con el primero, pero comenzaron a disminuir la que tenía con el segundo. No estaba seguro de qué pasaría si cualquiera de los dos llegaba al máximo o al mínimo, pero estaba decidido a no traicionar al senado.
Pronto tuve la oportunidad de complacerle, pues me enviaron a realizar una misión alejada de la Galia. Tras cumplirla exitosamente, mi popularidad con el senado volvió a subir y pensé que me encontraba en el camino correcto: el de un jefe militar alabado tanto por el pueblo como por sus líderes políticos.
Tras cumplir varias misiones con el senado, me encontré en una encrucijada. Por una parte, acatar las órdenes me proveía no sólo con su apoyo, sino también con recompensas económicas y algunas unidades. Como contrapartida, aquellas misiones debían ser cumplidas en un determinado número de turnos, y en ocasiones requerían de un esfuerzo logístico y una inversión económica mayor que la recompensa recibida. Esto era especialmente cierto conforme avanzaba el juego, ya que las misiones del senado se volvían cada vez más difíciles.
La conquista de las Galias, sin embargo, era mucho más gratificante en casi todos los sentidos. Su proximidad geográfica hacía que el esfuerzo logístico fuera mínimo (no necesitaba barcos, por ejemplo), las batallas se ganaban con mayor facilidad que frente a otros enemigos y las victorias me traían muchas más riquezas. Además, el pueblo apreciaba los triunfos y mi popularidad con él se elevaba rápidamente. Aunque por supuesto no todo era de color de rosa: necesitaba soldados para mantener el orden en las ciudades y tropas para defender los asentamientos fronterizos de los galos y otras tribus.
Pese a que intenté mantenerme fiel hacia el senado, llegó un momento en el que tuve que renunciar a cumplir una de sus misiones porque tenía las manos llenas en la Galia y parte de Germania. Sencillamente, no disponía de los recursos necesarios para enviar ayuda. Por una vez pensé que no pasaría nada, y efectivamente nada pasó. Sin embargo al cabo de unos pocos turnos el senado volvió a encomendarme otra misión. Tenía que navegar para tomar un asentamiento en Grecia, algo que logísticamente me resultaba bastante complicado, ya que tenía varios frentes abiertos y pocos hombres que enviar. Finalmente despaché un pequeño contingente que no llegó a tomar la fortaleza griega en el límite de turnos establecido, enfureciendo al cada vez más exigente senado y reduciendo mi popularidad con el mismo.
Pasado un tiempo decidí que mis triunfos militares en la Galia eran más que suficientes y no necesitaba la aceptación del senado. Al fin y al cabo mi popularidad con el pueblo había aumentado como nunca, mis arcas estaban llenas y mi poder era superior al del resto de facciones romanas. Comencé a rechazar las misiones del senado una tras otra, concentrando todos mis recursos en conquistar los territorios vecinos y consolidar mi poder. A fin de cuentas era el camino más fácil y lucrativo. Todavía estaba empeñado en no traicionar al senado, pero tampoco sentía que fuera necesario obedecerlo para evitar el conflicto.
Al cabo de muchos turnos y numerosos triunfos militares, mi popularidad con el senado llegó al mínimo, mientras que por el contrario, con el pueblo había llegado a su punto máximo. En este momento el videojuego me informó de que sería posible ocupar Roma, puesto que el pueblo me tenía en tan alta estima que no dudarían en apoyar un gobierno liderado por el jefe de mi facción, la casa Juliae.
Empeñado en mantener mis buenas relaciones con el senado, abandoné la oportunidad y continúe centrándome en mis conquistas. Lo que yo desconocía era que el senado también estaba al tanto de que ahora yo podría entrar en Roma y deshacerme de ellos gracias a la popularidad que me había ganado entre el pueblo.
Asustado ante mi creciente poder, el senado decidió enviarme una carta demandando el suicidio del jefe de mi facción, por considerar que era un peligro para la República. Negarse a obedecer dicha orden me convertiría en un enemigo de Roma y de todas sus facciones.
Pero mi tozudez no tenía límites. No quería convertirme en Julio César, de modo que decidí sacrificar al líder de mi facción para calmar los nervios del senado y confirmar la lealtad de la casa Juliae a Roma. Esto funcionó durante unos cuantos turnos, hasta que una nueva carta volvió a exigir el suicidio del recién nombrado líder. En este punto parecía claro que la guerra sería inevitable. Continuarían enviándome este tipo de cartas hasta que la casa Juliae terminara por desaparecer. Ya no quedaba otra alternativa. Tendría que tomar Roma para acabar con el senado.
Esta vez permití el suicidio del líder de mi facción no por calmar al senado, sino por motivos estratégicos, pues me permitiría el número suficiente de turnos para enviar un gran ejército a Roma sin que mi llegada fuera impedida por el senado o por las dos restantes facciones romanas. Ya en las murallas de la ciudad, soborné a las únicas legiones que podían plantarme cara y capturé Roma sin oposición. Pese a toda mi resistencia, había terminado convirtiéndome en Julio César.
Una vez completada la campaña comencé a preguntarme si Julio César había sido un hombre ávido de poder, como yo lo recordaba, o si habría sido víctima de las circunstancias de su tiempo, como me había ocurrido en Rome: Total War. Curioso como soy por naturaleza, desempolvé uno de los manuales que tenía sobre Historia de Roma y comencé a leer sobre él. La similaridad de los hechos con respecto a lo que había experimentado en el videojuego resultaron asombrosas.
Cuando César fue nombrado procónsul de la Galia Cisalpina, y posteriormente de la Transalpina, había acumulado una deuda considerable que se anticipaba difícil de pagar. Sin embargo, contaba a su cargo con cuatro legiones y una frontera por conquistar. Gracias al desorden causado por la migración de los helvecios y los conflictos internos de otras tribus galas, César consiguió orquestar la conquista de las Galias y propulsar su carrera política, afianzando su poderío militar, enriqueciendo sus arcas y aumentando su popularidad con el pueblo romano.
El senado, temeroso del creciente poder de César, había lanzado dudas sobre la legalidad de dicha campaña y especialmente de una incursión en Germania. Con el triunvirato destruido y Pompeyo defendiendo la causa del senado, se exigió a César que licenciara a sus legiones y volviera a Roma, donde le esperaría un juicio en el que como mínimo sería exiliado y que probablemente terminaría con su condena a muerte. En vista de tales circunstancias, decidió cruzar el Rubicón y hacerse con el control de Roma.
A continuación citaré fragmentos de dos artículos que describen con más detalle la cadena de sucesos que empujó a Julio César a marchar sobre Roma, resaltando en negrita las partes que coinciden especialmente con mi experiencia en Rome: Total War. He decidido emplear como fuente la (denostada por algunos) Wikipedia, para que los lectores tengan un fácil acceso a ellos, pero la información recogida ha sido contrastada y es veraz.
César recibió poderes proconsulares para gobernar las provincias de Galia Transalpina (…). Eran unas provincias muy buenas para alguien que, como César, y siguiendo la típica mentalidad del procónsul romano, no tenía intenciones de gobernar pacíficamente, pues estaba necesitado de bienes para pagar las fabulosas sumas que adeudaba.
Los enemigos de César, influenciados por Catón el Joven, intentaron destruirle políticamente debido a su creciente popularidad entre la plebe y al aumento de su poder procedente de sus logros en las Galias. Es por ello que intentaron arrebatarle el mando de gobernador de las Galias, para posteriormente juzgarle, desatándose una grave crisis política que inundó de violencia política las calles de Roma (…).
Pero a pesar de sus éxitos y de los beneficios que la conquista de Galia llevó a Roma, César continuaba siendo impopular entre sus pares, en particular entre los conservadores que temían su ambición (…).
El poder de César era visto por muchos senadores conservadores como una amenaza. Si César regresaba a Roma como cónsul, no tendría problemas para hacer aprobar leyes que concediesen tierras a sus veteranos, y a él una reserva de tropas que superase o rivalizase con las de Pompeyo. Catón y los enemigos de César se opusieron frontalmente, con lo que el Senado se vio envuelto en largas discusiones sobre el número de legiones que debería de tener bajo su mando y sobre quién debería ser el futuro gobernador de la Galia Cisalpina e Iliria (…).
Pero cuando el Senado le contestó definitivamente impidiéndole concurrir al consulado y poniéndole en la disyuntiva de licenciar a sus legiones o ser declarado enemigo público, comprendió que, escogiera la alternativa que escogiera, se entregaba inerme en manos de sus enemigos políticos. El 1 de enero de 49 a. C., Marco Antonio leyó una carta de César en el Senado, en la cual el procónsul se declaraba amigo de la paz. Tras una larga lista de sus muchas gestas, propuso que tanto él como Pompeyo renunciaran al mismo tiempo a sus mandos. El Senado ocultó este mensaje a la opinión pública (…).
Metelo Escipión dictó una fecha para la cual César debería haber abandonado el mando de sus legiones o considerarse enemigo de la República. La moción se sometió inmediatamente a votación. Sólo dos senadores se opusieron, Curio y Celio (…).
En vista del cariz que tomaban los acontecimientos, César arengó a una de sus legiones, la decimotercera, y les explicó la situación preguntándoles si estaban dispuestos a enfrentarse con Roma en una guerra donde serían calificados de traidores en caso de perderla (…).
Al anochecer, junto con la Legio XIII Gemina, César avanzó hasta el río Rubicón, la frontera natural entre la provincia de la Galia Cisalpina e Italia y, tras un momento de duda, dio a sus legionarios la orden de avanzar. La guerra había comenzado.
En resumen, Julio César y el senado parecen haber sido víctimas de lo que se denomina una trampa hobbesiana, que no es sino el temor entre dos grupos o individuos a que el otro le ataque primero, desembocando normalmente en un ataque preventivo (aunque ninguno de los bandos quisiera en principio luchar). Un clásico ejemplo de trampa hobbesiana lo encontraríamos en un hombre que descubre a un ladrón en su hogar cuando ambos están armados. Quizá ninguno de ellos tiene la intención de disparar, pero el miedo a que el otro lo haga primero lleva a ambos a intentarlo.
Obviamente el contexto histórico que llevó tanto a César como al senado a tomar aquellas decisiones es demasiado complejo como para quedar reflejado correctamente en un videojuego, pero el resumen realizado por Rome: Total War de manera totalmente interactiva constituye una lección magistral y digna de elogio. No sabemos si César tenía intención de convertirse en dictador desde el principio o si habría respetado la República de no haber sido amenazado con ser juzgado. Quizá fue presa de las circunstancias de su tiempo o quizá no, pero lo que sí puedo afirmar es que después de haber jugado a Rome: Total War, ahora tengo mis dudas.
Web del autor: Videojuegos y Sociedad